jueves, 12 de enero de 2012

ORIGAMI MON AMOUR!


Se acercó a la vitrina, los miró, no dando crédito a lo que estaba viendo, no podía entender como había gente que perdía su tiempo haciendo esas chorradas. Se dio media vuelta refunfuñando como siempre, dejando atrás todo el colorido de los Origamis que adornaban el escaparate.
Era lo que se llama un viejo gruñón, huraño y solitario. Antonio vivía solo en un piso de la calle Almirante, viudo y con una hija pero que apenas se veían, ella había desistido de entablar con su padre una relación mínimamente afable, ni siquiera sus dos nietos le ablandaban un poco el corazón al viejo cascarrabias.
Antonio se fue para su casa rumiando cosas sobre las estupideces del ser humano, no lograba ver el sentido de hacer figuras con papeles de colores y eso lo exasperaba. La calle estaba repleta de transeúntes ya que era la víspera de los Reyes Magos. Un jolgorio cada vez más frenético se iba formando a su alrededor y para más guasa la cabalgata atravesaba la calle por donde vivía él. Pensaba que ni en tu propia casa te dejaban tranquilo y tenían que venir a tocarte las narices con chuminadas.
No tenía ilusión por la vida, ni la tenía ni la buscaba, y cuando esta tocaba a su puerta, él no la abría. Duro como una roca, seco como el desierto, frío como un témpano, el viejo vivía sin pasión por las cosas.
Casi por casualidad, observó como un abuelo y su nieto gritaban a los Reyes Magos pidiéndoles caramelos, y el abuelo se revolcaba por el suelo para cogerlos y dárselos a su nieto. Pensaba como no le daba vergüenza a ese señor a su edad y haciendo esas tonterías.
Tantos colores, alegría y dulces le estaban mareando. Pero, antes de subir a casa, cogió del suelo unos cuantos papeles de colores que habían tirado de una de las carrozas. Se sintió ridículo y absurdo viéndose en tal tesitura, así que rápidamente los escondió en el bolsillo de su chaqueta, poniendo cara de haber cometido una fechoría encarcelable. Y cerciorándose de que nadie le había visto, salió de la escena del crimen.
Subió a casa rápidamente, dejando su chaqueta en el perchero del comedor -como siempre hacía- y respiró hondo. Encendió el televisor y se sentó en su sillón, para empezar a despotricar mientras iba cambiando de canales –era su deporte favorito- y todos siempre les parecía una mierda.
Súbitamente, miró para el bolsillo de la chaqueta, donde se encontraba el material sustraído, no había vuelto a pensar en ello –al menos, conscientemente- pero allí estaba, sentado frente a la televisión y sus ojos se iban de cuando en cuando hacía el perchero. Y, empezó a maldecir más de la cuenta, sacando por su boca gritos e improperios contra el aparato eléctrico que tenía frente a él. A lo lejos, se terminaban de oír los sonidos de la algarabía navideña, formada por la cabalgata y todo el gentío que llevaba con ella.
El lapsus de tiempo, desde que Antonio se levantara de su sillón, hasta ir hacía su chaqueta, a por los papeles de colores, transcurrió tan rápido, que no dio tiempo a que su consciente reaccionara como siempre. Y allí se vio de golpe y porrazo, en medio del salón, de pie y con los papeles de colores entre sus manos.
Se sentó en la silla –la que usaba para comer todos los días- y apoyándose sobre la mesa empezó a doblar uno de los papeles, concretamente uno rojo. Una tímida lágrima comenzó a crecer en su ojo derecho, mientras doblaba el papel sin orden ni concierto. No tenía ni idea de los pasos que tenía que seguir para construir alguna figura. Él doblaba y doblaba, como si estuviera poseído, y sus ojos lloraban y lloraban.
Entonces, ocurrió el milagro, el papel rojo se empezó a mojar con las gotas de sus lágrimas y descubrió que se podía modelar el papel por estar este húmedo. Sus manos iban solas, modelaban y modelaban el papelito rojo. Justo en ese momento le vino a la cabeza su hija. Y de entre sus manos brotó una preciosa rosa roja. El papel rojo había desaparecido y en su lugar se hallaba una bella flor.
Don Antonio se encontraba como en un estado de embriaguez, no sabía lo que le estaba ocurriendo, nunca antes había sentido algo igual. De pronto, una pulsión de vida surgió de entre sus manos, y sentía unos latidos bombeando con una energía nueva, miró hacía abajo y a través de sus lágrimas pudo ver lo que había pasado. La rosa roja se había transformado en un corazón, en uno hermoso y rojo. Cerró los ojos y pensó que ya tenía el regalo de Reyes para su hija y sus nietos.

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